Hoy, antes de llegar a la oficina, pasé a llenar el garrafón de agua, fui por mi ropa a la lavandería y me compré un café en el Kiosko. Si me lo preguntan esa no es la parte más divertida de mi vida independiente. Sin embargo, en 12 días cumplo oficialmente un año desde que me salí de casa y, a pesar de los malos ratos que uno pasa por encararse con los pagos como renta, luz, agua, internet, carro, etc, han sido 12 meses que he disfrutado mucho. Es que irse a vivir con amigos resulta muy gratificante: chelas, gallos, idas al súper, juntadas improvisadas, personas desconocidas durmiendo en el sofá, en fin, uno se acostumbra a eso -al igual de que en algún momento uno también se desacostumbrará y dejará esa vida por un lado. El problema es cuando llega el trabajo, la maldita vida de Godínez que te consume 8 (o más) horas de tu día, que no te deja ir en libertad divirtiéndote adiestra y siniestra. La comunicación con tus amigos entre semana se convierte en mensajes de whatsapp o publi