El día que solté

He leído y escuchado a varios creativos, de esos casi treintañeros que dirigen cortometrajes, dibujan historietas o dictan conferencias de emprendimiento, que cuando uno está con el corazón roto hagas lo que mejor sabes hacer. Elegí escribir.

Me considero una persona sensible-reservada. Antes creía que no debía mostrar los sentimientos, que no estaba bien decir estoy triste o necesito un abrazo.

Hoy puedo decirles que me duele el corazón.
Me ha dolido los últimos meses.

La primera vez que me enamoré, porque uno cree enamorarse muchas veces, tenía 21 años. Aún con todo el amor que sentía decidí acabar con todo porque consideraba que me faltaban muchas cosas por vivir y que no quería estar con la misma persona en una edad tan importante como el inicio de los veintes.

Le rompí el corazón a una gran persona (paréntesis feliz -para esa persona- me lo encontré hace unos días, me dijo estar muy feliz con alguien, que habían viajado juntos y que estaba muy contento).

La segunda vez que me sentí enamorado tenía 26, hace más o menos medio año. Aún con todo el amor que sentía decidí acabar con todo porque me sentía solo.

Nadie entiende [ni él, al parecer] que uno conoce el sentimiento de la soledad cuando lo compara con una época feliz en la que se sintió acompañado. Yo antes me sentía acompañado. Habíamos viajado juntos en pareja, y jamás había viajado de esa forma; habíamos dormido en la misma habitación y al día siguiente habíamos ido a desayunar juntos, jamás había hecho eso con alguien, y se había quedado hasta el final en mi fiesta de cumpleaños, jamás habían hecho eso por mí.

Pero de repente todo cambió. Las ausencias invadieron todas las formas de comunicación y los espacios juntos se volvieron silenciosos, a tal grado de ser lastimoso.

¿A estas alturas del texto aún se preguntan por qué me duele el corazón?

Fui con una psicoanalista para entender estos cambios, ¿cómo logré pasar de sentirme acompañado a sentirme solo en una relación? Después de varias sesiones aprendí que el problema no era él, sino yo desde el principio (de mis tiempos, literal).

-¿Te has sentido así antes, Fer?- preguntó ella.

Puta madre, cómo lloré después de esa pregunta.

Visité a una especialista para entenderlo a él y terminé entendiéndome a mí.

Me hizo dar cuenta que mi infancia lejos de mi familia me acostumbró a no recibir mucho cariño y por eso en mis relaciones anteriores, cuando alguien mostraba un interés genuino, yo desertaba pues no sabía qué hacer con ese amor. Sin embargo, de Iván recibí, y acepté por primera vez, el cariño... a tal grado de sentirme vulnerable.

Acepté su cariño y me preparé para recibir a raudales todo lo que no tuve antes. Pero había otros planes. Él se alejó y me dejó solo con la necesidad de amor con la puerta abierta.

-¿Qué sucedió?- le pregunté a Ana, mi psicoanalista.

Entendí que Iván también tenía sus propios problemas por solucionar. Pero a diferencia de mí, él no los quiso tratar.

Por eso mandé todo al carajo. Por eso decidí abandonar a la persona que más he querido en los últimos años. Comprendí que para querer a alguien primero debes quererte a ti mismo.

Alejarme de Iván ha sido de las cosas que más me ha costado.

Las últimas sesiones le pregunté a Ana si la siguiente frase era verdad: 'Aceptamos el amor que creemos merecer'. 

-El amor es de dos vías, Fer, la frase es cíclica. Buscas el amor de la persona a la cual quieres darle amor- contestó.

Y cuando no lo encuentras tu corazón entra en conflicto. Pero debes continuar.

-¿Crees que fue lo mejor?- le pregunté la última sesión.

-Creo que sí, porque fuiste sincero contigo mismo. Terminaste porque ya no aceptaste algo que, en realidad, ya no te estaban dando. Aceptar el no-amor es ser valiente- concluyó.

Sí, pero me sigue doliendo el corazón. 


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